Ingobernable el corazón,
capaz de latir sin que
podamos controlarlo,
capaz de acelerarse para
mostrarnos que algo nos asusta
o nos alerta, o nos conmueve,
o nos hace sentir distintos.
Ingobernable la mente,
que trabaja sin que lo pidamos,
que diagrama salidas o
nos bloquea el paso,
que sigue su ruta sin que
podamos notarlo,
que dibuja esquemas,
que nos puede hacer parecer
inteligentes y estúpidos,
que nos ahoga cuando creemos
que estamos flotando.
Ingobernables las manos,
que hacen, que mueven, que acarician,
que frenan, que avanzan,
que secan lágrimas y dibujan sonrisas.
Ingobernables los que van
por los caminos que quieren
sin importar más nada.
Al menos, así lo siento yo.
Guada.
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